Seguramente, Daniel Meurois puede ser presentado como uno de los pioneros de una nueva espiritualidad para nuestra época. Desde 1980, nos ha ofrecido 35 libros y cientos de conferencias a través del mundo. Auténtico explorador de los nuevos campos de la conciencia y libre de todo dogma, Daniel nos invita continuamente a posar una mirada diferente sobre la pluridimensionalidad de nuestro universo y sobre nosotros mismos, en busca de nuestra Llama divina.
¿Qué es para usted la verdadera alegría interior y qué hace para contactar con ese estado de alegría?
Para mi, la verdadera alegría es esa disposición de la consciencia que nos permite rápidamente tomar altura frente a una dificultad que se presenta en nuestro camino. No es el hecho de tomárselo todo a la ligera ni de bromear sobre todo, declarando que nuestro mundo no es más que una ilusión; es más bien la capacidad de saber rápidamente desdramatizar una situación e intentar aprender a ver, muy pronto, mucho más allá de su faceta agobiada o dolorosa. Es saber vivir constantemente con esperanza.
Lo primero que hago para contactar con la alegría interior, es preguntarme: “¿Qué haría el Cristo en mi lugar en estas condiciones?” La respuesta viene automáticamente. Permite un recentrado rápido. Es la rapidez de mi reacción interior frente a un posible desliz hacia la desazón la que me impide que me hunda en un cenagal mental y emocional. La alegría está al final de esa reacción enérgica y dinámica.
Cuando le anuncian una mala noticia, como por ejemplo un seísmo que ha causado muchos muertos o la enfermedad de alguien cercano, ¿cómo hace para no sentirse impotente o deprimido y conservar la alegría interior?
Para mi, desde siempre, todo tiene su razón de ser en este mundo, tanto las cosas dramáticas como las que son alegres. Mi salvavidas interior, es la creencia íntima e infinita en una Sabiduría divina que ordena todo con una inteligencia que nos sobrepasa totalmente. La frase: “Padre, que tu voluntad se haga” es para mi una poderosa e innegable ayuda. En un principio, se podría creer que esta frase es fatalista pero no es así porque también me repito esta otra frase: “Ayúdate y el Cielo te ayudará”. De hecho, estoy convencido de que cuando hacemos todo lo posible por generar rectitud y felicidad a nuestro alrededor, lo que pueda ocurrir de doloroso en nuestra vida o en la del prójimo es el fruto de un equilibrio y de una necesidad cuya finalidad última se nos escapa, pero que necesariamente es luminosa. Me he dado cuenta de que muchos dolores o penas son como semillas de una felicidad futura que ni tan solo imaginamos.
Las dificultades forman parte de la vida. Vivir feliz, no es evitarlas sino más bien saberlas atravesar con serenidad. ¿Cómo se puede pasar de la teoría a la práctica y llegar a cultivar esa serenidad cuando las circunstancias son difíciles?
Creo que todo está en la manera cómo intentamos cultivar la serenidad. A menudo confundimos una felicidad de superficie, esa que todos podemos experimentar, con un estado de serenidad. Si nos limitamos a buscar un cierto confort interior convenciéndonos de que somos felices… nos equivocamos totalmente. Ahí, contemplamos nuestro ombligo. En realidad, estamos simplemente durmiendo… y nos tambaleamos al primer estruendo. En India, Sathya Sai Baba declaraba: “¿Por qué Dios se sentaría en tu mesa en invierno si no lo invitas en verano?” En otros términos esto significa: “Si no diriges tu ser interior hacia Arriba cuando todo en apariencia va bien, ¿por qué querrías encontrar fuerza cuando la vida se hace difícil o dolorosa?”. Debo decir que es una verdad que nunca me abandona. Busco la manera de no “dormirme” cuando todo va bien. Intento cultivar cotidianamente un sentimiento de gratitud hacia el Divino. Procuro ofrecerle constantemente lo mejor de mi mismo en vez de esperar siempre algo de Él. Esta actitud alimenta un movimiento de intercambio en el que encuentro mucha fuerza y en el que bebo de una fuente de serenidad cada vez mayor. No me olvido de la Luz cuando parece que las cosas van mejor, no la tomo como adquirida, y agradezco. Este intercambio sagrado es de algún modo mi carburante. Es muy sencillo. Es nuestra impresión de separación con el divino lo que nos vuelve frágiles y desestabilizables. La felicidad y la serenidad son ambas el resultado de un nivel de consciencia cuya clave es el sentimiento de Unidad. Hay que saber que ese sentimiento de Unidad no se cultiva solo con la reflexión, las meditaciones y las plegarias… En lo que a mi respeta, procuro acercarme a él a través del servicio, en los actos cotidianos más insignificantes.
Algunas personas que padecen enfermedades graves se mantienen positivas, en cambio otras, en las mismas circunstancias, pierden la moral. ¿Qué recomendaciones les haría para ayudarles a volver a encontrar el deseo de vivir?
Creo que si somos profundamente sinceros con nosotros mismos, sabemos en el fondo de nuestro corazón que somos nosotros mismos quienes creamos el estado o las circunstancias en las que nos encontramos. Cuando nos volvemos conscientes de eso, comprendemos que hay una gran diferencia entre justicia y exactitud. Aquellos que padecen un grave problema, una enfermedad por ejemplo, y conservan la moral están conectados con el sentimiento de exactitud. Personalmente, me ha pasado hacer reaccionar positivamente a algunas personas muy abatidas en su lecho preguntándoles solamente: “Dime con toda franqueza, si te preguntaran en este momento, ahora mismo, de cambiar tu vida por la de otra persona que goza de buena salud y a quien todo va bien, ¿aceptarías? Imagínate que tengo el poder de provocar este cambio hoy mismo… ¿Aceptarías? “. La respuesta siempre ha sido, sin vacilar: “¡No! Es mi vida…” Este es el momento en que el enfermo toma súbitamente conciencia, aunque sea por un instante, de la exactitud de lo que vive, y de que sería incoherente quitarle su infortunio. No digo que eso resuelva el problema de ese enfermo depresivo, lejos de eso… pero eso genera una verdadera reflexión. El error sería meterse en el discurso de “Pobre, pobre…” lo cual, bajo una apariencia de compasión, no genera ningún movimiento de vida. Siempre he observado que la alegría que manifestamos es contagiosa y le vuelve a uno más consciente de donde puede extraer las fuerzas. Es la alegría expresada lo que genera lo Hermoso y, por consiguiente, el deseo de vivir. Intento por tanto ser contagioso a ese nivel también… pero nunca con grandes discursos o recitando lecciones demasiado clásicas y esquemáticas como las que llenan la mayoría de los libros de desarrollo personal.
Daniel Meurois