Amigos míos, he aquí algo pueril. Es una especie de bálsamo para el alma cansada que se deja rozar por el desánimo. En silencio, sentados en posición de meditación, vuestra mano izquierda reposa en el suelo mientras la derecha, sobre la rodilla, tiene la palma mirando hacia el cielo.
Haced callar ahora todo deseo. Vivid una dulce espera, un sosiego, una quietud, y percibos solamente como un punto de encuentro. Os convertís en el lugar en donde se unen las fuerzas del universo. Dejadlas respirar en vosotros. Fusionándose, están lavando vuestras células.
Después, sosegadamente, situad las manos -la derecha sobre la izquierda- en el centro del pecho, en la sede de vuestras antiguas memorias. Dejad que las manos actúen por sí mismas. Sin desear nada, sin medir vuestro tiempo. Eso será todo… ¡Ah!. Una cosa más… ¡No olvidéis agradecer a Quien ha venido a visiratos!
«El que Viene»
Daniel Meurois