«Preguntando con regularidad acerca de su capacidad de hacernos vivir tales instantes, el Cristo Jeshua respondía siempre que no había ninguna magia, ninguna hipnosis en ello y que no proyectaba sobre nosotros mas que un rayo emitido por su corazón. Este rayo, añadía, tenía por única función la de estimular en nosotros, en nuestro propio corazón, el recuerdo de la perfección original de nuestra Conciencia.
-¡sois amnésicos, -repetía entonces en un tono jocoso -sois amnésicos!
En cuanto a mi, comprendo poco a poco que, para experimentar tales estados de gracia, hacia falta que al menos una puerta estuviera entreabierta en nuestra alma… y que, para que esta estuviera entreabierta, era necesario haberse molestado en empujarla.
-¿Cómo empujarla? -le pregunte un día…
-Con la voluntad.
-¿No con el amor?
-El Amor sin voluntad es una flor sin perfume, le falta una dimensión… ¡su Luz del Alma!
-¿Y que es lo que desarrolla la voluntad?
-Frecuentando la audacia, el contrario que la tibieza, la actitud frente a las pruebas.
-Las pruebas son el sufrimiento… ¿Entonces es absolutamente necesario sufrir?
-La intensidad y la duración del sufrimiento dependen de la fuerza que procura la Luz del alma.
-¿La Luz del alma? ¡Siempre estamos dando vueltas, Rabi!
-También para esto es para lo que el Eterno me envía hasta vosotros… Para romper el círculo vicioso del miedo que hace desear la amnesia y asfixia la voluntad.
-¿Es por tanto necesario un maestro para perforar el muro de la oscuridad?
-Todos pasamos, sin cesar, de maestro en maestro, como veras. Franqueamos millares de murallas pero el Maestro definitivo, Él, habla a través de todo lo que resucita la pureza del alma. Es esto lo que no hay que perder nunca de vista…»