Asi curaban Ellos
Dirigido a todas las personas que desean emprender una limpieza en profundidad de su red energética de nadis, desarrollando de forma armoniosa el conjunto de sus chakras, en este libro Daniel Meurois se centra en las enseñanzas y prácticas terapéuticas de los antiguos egipcios y de los esenios, proponiéndonos elementos importantes de comprensión y de trabajo.
Partiendo de la concepción de la salud, común a ambas tradiciones, como un precioso equilibrio entre nuestra alma y nuestro cuerpo, y basándose en las técnicas terapéuticas que ambos empleaban, el autor nos ofrece un método de trabajo que nos permitirá realizar pasos decisivos en nuestro avance interior y en el área de las terapias energéticas.
Entrevista a Daniel Meurois sobre el libro «Así Curaban Ellos»
Reseñas del libro
«(…) A lo largo de mis numerosas investigaciones en lo que hoy se ha dado en llamar la «biblioteca akáshica», he tenido ocasión de entrar en contacto a menudo con Centros de terapias.
Tanto en el Egipto del faraón Akhenatón como en la Palestina de las comunidades esenias, siempre me ha sorprendido constatar que esos Centros estaban lejos de ser solo simple hospitales o dispensarios.
En esos tiempos que nos parecen más remotos de lo que son en realidad, las nociones de salud y de enfermedad estaban necesariamente vinculadas –debería decir encadenadas– a la dimensión sagrada del ser humano.
El cuerpo no era considerado como un mecanismo terrestre perfeccionado. Se le consideraba en primer lugar la parte tangible de un Todo que hundía sus raíces en un universo celeste inconmensurable, el universo de lo Divino.
Lo físico –lo palpable– era pues abordado como eslabón final de cadena de la Creación. La materia densa representaba el primer peldaño de la escalera por la que correspondía al hombre volver a subir hasta el sutil Océano de las Causas.
Todo terapeuta maestro de su arte sabía también que tenía que subir lo más alto posible a lo largo de esa escalera para identificar el o los orígenes de una enfermedad para poder neutralizarla.
Ya que al ser humano se le percibía como un árbol con raíces ante todo celestes, no podía permitirse alcanzar su equilibrio de cualquier madera o en cualquier lugar.
Por eso la mayoría de los Centros de cuidados eran también templos. Todo se ordenaba entorno a la dimensión sagrada del ser. Por otro lado, no era raro que se les diera el nombre de Casas de Vida y que estuvieran estrechamente ligados a lugares de iniciación, es decir, que fueran lugares de pasaje, en todos los sentidos del término. Por tanto, no se podía llegar a ser terapeuta sin previamente ser sacerdote, o, dicho de otro modo, sin haber consagrado el tiempo suficiente a una auténtica reflexión metafísica.
Tal formación llegaba de forma natural a una toma de altura que hacía que la muerte no fuera percibida como algo opuesto a la vida, no más que la enfermedad lo estaba a la salud. Salud, enfermedad y muerte se percibían como diferentes fases de la metamorfosis de una gran Corriente de Vida en perpetuo movimiento. Fases cuyas múltiples manifestaciones no tenían en definitiva más que un gran y sublime objetivo: la maduración de la conciencia y su depuración de cara a una felicidad futura.
Por tanto, contrariamente a las apariencias, se enseñaba que nada se oponía a nada. La muerte no suponía la derrota de la vida y la enfermedad traducía simplemente una falta de diálogo armonioso entre el alma y el cuerpo. (…)»